miércoles, 23 de julio de 2014

EL DRAGÓN ANTE EL ESPEJO





Posado sobre mis propias alas
Nado en mi Muerte.
El silencio es el templo de los finales
Donde me detuve a orar.
Acosado por la telaraña de las voces
Anhelé el reposo del olvido
Pero en cambio encontré el infierno del ahora
Donde los jazmines cantaban de noche
Y el Vacío me sonreía.

-¿Tú eres mi Dios?-Le pregunté
-Yo Soy Tu Salvador…-y sonreía
Yo soy el beso que ligó al Hombre a la cruz
Yo soy el puente, el matrimonio del camino y el abismo
Yo soy tu dulce final.

-¿Cuál es la voluntad de la Muerte, maestro? -Pregunté al reconocer en su rostro al Libertador Oscuro.

-Amar es tu destino y mi obsequio, amor es el susurro que adormece a la vid mientras en sangre violeta muere plácida en sarcófago de roble, sacrificio que otorga la uva para dar vida al ángel del éter, que nace como la sombra que revela la Verdad…La voluntad de la Muerte es amar, beber el vino de sus finales.

-¿Entonces la Verdad es Muerte? –Repliqué asombrado

-¿Qué no ves, que es el cadáver del ayer la lujuria que llamas amor, y este amor a su vez es la figura del pasado?

¡Sangre! Ustedes son las vides que revientan para que en su sangre colectiva pueda yo recolectar el éter de sus almas.

¡Recuerdos! Bebo el elixir que emana de sus heridas para sanar su maldición, y su maldición es Ser.
“Dulce dulce redención, danos vida, danos amor” Cantan al unísono, buscando recuperar lo perdido (sangrado…) devorando a su mesías ungido de carmesí filosofía que emana ese aroma tan particular de las rosas líquidas de la añoranza…
Bebedores de su propia sangre, amantes de si mismos, ecos, espejos, vasijas de cristal... cuando se quiebran yo me embriago de ustedes.
Gotea lentamente su eterna noche fría sobre mi lengua, porque yo soy el anhelo secreto de sus corazones, yo soy perfección, su descanso, su final.

Yo Soy la Muerte, y todos los corceles galopan hacia Mí.

¿Qué buscan cuando buscan No-Ser lo que Son sino ser "algo más"? Me buscan a Mi, ejército de devotos. Toda su violencia y soledad claman por mi nombre, arden en el Fuego Negro suplicando por la redención del exilio de este su reino de vacuidad y dolor, huyen como animales aterrados de un bosque en llamas, alejándose del Árbol de la Vida, que arde… ¡Arde!
¡Arde como un mar de magma cuyas olas infinitas son garras de León!

Y entonces huí
Huí del templo del reposo donde habitaba la Verdad
Huí del final y escapé hacia un nuevo principio.
Di media vuelta y caminé lentamente hacia la Bestia de la cual todos huían, entonces pude verle y recordé que ¿nunca le había visto antes…? Tal vez, de cualquiera manera no recordaba nunca haber transitado el sendero inverso; pude verle escupiendo gritos en forma de seres, y me estremecí con la estampida de los que huían hacia el abrazo del Hades; pude verle tras atravesar el desierto de la revolución ensombrecido por las arenas del tiempo (cenizas de los muertos en el viento…), hasta que la claridad de mi determinación me despojó de mi ceguera.
Pude verle….
El Gran Árbol de la Vida ardía en un fuego de innumerables colores que arropaba sus vastas ramas cual túnica áurea.
Sin embargo, no me detuve allí, seguí caminando en contra del rio de sus emisarios tentado por la curiosidad de probar el fruto caído de sus brazos, comer bajo la sombra de su inmensidad…
Otro tanto caminé fuera del tiempo mientras las hordas galopantes se formaban y reformaban en todas las formas de vida habidas y por haber, así, mientras caminaban, se volvían todo lo que fueron y serían: alas emergentes de seres acuáticos, ojos de gusanos, Todo se Veía. Entonces, al cruzar el oasis de la totalidad, volví mi vista de nuevo hacia el árbol, pero este no era árbol ya más, sino que la visión que se me presentaba ahora era la de un Rey con corona de oro, capa escarlata, espada de fuego posado sobre un trono zafiro, cuyo fulgor y magnificencia eran aquellos del origen de toda Realeza y me inspiraban un profundo respeto así como me ataban a la seducción de la obediencia. ÉL me detuvo con un gesto de la mano derecha, y dijo:

“Yo Soy Tú Creador, el Padre de todas las cosas ¿A qué has venido? No se te permite ir más allá, Yo que te he hecho del polvo he establecido tu lugar, y a el debes volver. Regresa por donde viniste.”

Ignoré sus mandatos. No podía amenazarme con arrebatarme nada ni condenarme a la muerte, -pues muerte era lo que había dejado atrás, y seguí adelante. Otro tanto caminé fuera de la forma y el espacio, yendo contra la corriente del río-estampida que como nunca antes se oponía a mi faz; nadando contra polvo cósmico ardiente que se convulsionaba en un latir extático de emanación estelar, que expulsaba su esencia de rítmica manera desde el corazón del Ser.
Miré de nuevo al Ser, al viejo Rey que ya no era Rey, y vi en su lugar a la Gran Bestia, aterradora como el mismo origen del miedo, cuya forma era la de un León furioso e iracundo bramando con un rugido que disolvía el esqueleto de la consciencia, un León Serpiente cuyo cuerpo se enroscaba en una espiral infinita. Atemorizado hasta el borde de la demencia, seguí adelante, pero el sonido de su clamor me despedazada a cada segundo en su Presencia, y su mirada me amenazaba con condenarme a la perpetuidad del martirio sin forma…
Entonces me lancé de lleno al contra-abismo de fuego, a la aniquilación de mis recuerdos, me desnudé por entero, me despojé de mi, me desangré arrancando mi corazón y ofrendándoselo al León para ser devorado por la serpiente, y mi Destrucción caminó hacia EL ofrendando el Rubí de mi pecho cuyas lágrimas dejaban tras de mi la alfombra roja del vestigio de mi andar. Quise conocer su corazón aunque el mío tuviera que pasar por sus fauces para conocer el suyo…

Y entonces el fuego del Árbol cedió ante el agua cristalina de mi melancolía, el Rey abandonó su trono y se volvió vagabundo errante y poeta, el León pastó con los corderos y su cuerpo de serpiente se tendió a las caricias del polvo estelar, y yo…¿Yo?...finalmente, caminaba sobre el pequeño jardín donde atardecía mi infancia, y vi al Ser, estuve ante su presencia, miré sus ojos de niño, acaricié su cabeza y me alegré profundamente en su sonrisa, nos sentamos desnudos a oler las flores, y entonces, al fin, pregunté…

-¿Tú eres mi Dios?

Y ÉL, sonriendo, dijo… Yo Soy Tú.

Entonces, en Verdad, Recordé.

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