¿Viste eso?
Una lágrima negra ha caído del
cielo, y al caer esparció su infinita melancolía sobre mis sueños, invadió mi
ausencia nocturna; como un huevo de dragón, en ella acogía algo espantoso:
llevaba en su seno decadente, mi reflejo invertido cual cruz blasfema, vestido
de negro, mudo, sordo, pero sonriente, aquel yo alterno, inmerso, caía
fascinante de cabeza en picada, y nos miraba, creo que nos dijo algo, a pesar
de su falta de voz, vi sus labios moverse, creo que dijo:
“Bienvenidos a mi más profunda oscuridad”.
¿Escuchas?
La gota ha caído en mí, proclamando su
arribo con un sonido de mar besando un peñasco, espero no ahogarme en el
diluvio de su penumbra.
¿Puedes ver?
Hemos navegado ya bastante tiempo en esta
frágil balsa de coherencia, sus maderos de cordura crujen ya, abrumados por el
contacto perpetuo con este mar de negra sangre; no queda ya mucho de ellos que
pueda sostener nuestra existencia, que nos proteja de sumergirnos en esta
infinita locura de muerte; por otra parte es imposible ver más allá de un brazo
de distancia, pues nos impide ver la neblina densa de mi conciencia, cuya
atmósfera cínicamente fútil, débil, vaporosa, flota con soberbia por sobre todo
este mar de sombras. El fin esta deduciblemente cerca, no hay esperanzas, y
antes de que todo termine, aquí acongojados en el génesis de mis sueños,
quisiera decirte que....
espera...
algo se mueve, la niebla se
agita, se retuerce, se arremolina caprichosamente cada vez más frenética,
parece que sufre, que cambia, que adolece, ¿Qué pudiera estar castigando en
forma tan agresiva a mi conciencia?; la pregunta pierde relevancia reemplazada
por el pánico que me produce aquel atroz espectáculo, dirijo la mirada hacia ti
y encuentro que estas temblando, luego, convoco mis fuerzas para tomar tu mano
y casi la alcanzo, sin embargo, mi anhelante intento es desbaratado por la
llegada de una monstruosidad aún mayor: el mar de muerte se agita, ondula,
incrementa su turbación hasta quedar completamente embravecido, entonces, dramático
sacude y abre su seno, y concibe desde los adentros de su vacuidad… ¡una quimera
de proporciones siniestras! La negrura
ha escupido una criatura que, por su fisonomía, honra a su madre con su
semblante bestial, y esta fantasía sádica encarnada es indescriptible, pues no
se adapta a ningún retrato humano de lo terrible. La criatura se yergue ante
mi; el mar se ha calmado pero la niebla parece ya muy difusa, casi desecha; te
veo y pareces estupefacto, la impresión ha saqueado tu capacidad de reaccionar,
y yo solo atino a observar, resignado, afianzado a los últimos fundamentos de
mi cordura; la bestia se mueve, pareciera no desviar su atención de mi,
entonces me señala, con autoridad y juicio emite un poderoso y solemne rugido,
que inexplicablemente percibí como una sentencia, una condena perpetua e
implacable; la severidad de su exclamación entronada por sus fauces clamaba...
Un secreto
...penetró en mí como el agua en
la tierra, diluyéndose de igual manera en mis rígidos pilares, después, todo
palideció en importancia y significado, ligeramente me fui al disolverse los
últimos vestigios de mi balsa de coherencia, y con toque tenue fui absorbido
por la sorpresiva tibieza de lo grandiosamente misterioso.
Y pareciera que dormí por siempre...
¿Puedes sentir?
Estamos empapados de soledad, naufragamos pero
estamos aquí y...
¿Dónde estamos?, ¿A dónde nos
llevaron las mareas de lo impredecible y oculto? Otra vez nos encontramos
juntos, te miro y analizo rápidamente y no veo mucho cambio en ti, sin embargo
en mi el haber sido digerido por la infinita oscuridad me dejó, francamente,
perdido; no sé donde estamos, levanto la vista y, ¡OH Dios!, un panorama blanco
y negro, con matices de gris, bruscamente me da la bienvenida, me abofetea
mejor dicho, con su simpleza deprimente, su mediocridad, su carencia absoluta,
y su profunda y perturbadora aura de nihilismo insultante. Puedo describir la
experiencia como el estar de pronto cautivos, dentro del bosquejo de un paisaje
que una adolescente suicida dibujó en alguna de sus tardes ociosas y solas,
siendo revestidos de su expresiva y total tristeza, como existiendo en una sesión
de llanto amargo, capturados en un momento congelado. Desde mi punto de vista
el marco que forma el paisaje que se nos presenta, consiste en tres planos: el
primero es un relieve en la tierra, seco, limpio, de donde sobresale únicamente
un árbol muerto, siendo agitado violentamente por el viento, árbol en cuya base
reposa sentada la figura gris de un hombre en profunda reflexión; en el segundo
plano, más bajo en relación al horizonte que el primero, y colocado detrás de
este, hay otro relieve de características similares al primero, solamente que
en este solo hay una pequeña cerca de madera que lo atraviesa de lado a lado,
cortando el panorama en dos; en el tercer plano, un tercer relieve en la tierra
colocado detrás del segundo, posa limpio y seco sin nada que lo corone, sin
embargo en el cielo sobre el dos aves se alejan hacia el horizonte; no es de
día ni de noche, pues no hay ni sol, ni luna ni ninguna nube en absoluto, sin
embargo el primer relieve, donde yace el árbol y el hombre, pareciera acosado
por la sombra más que los demás, y el tercero se ve arropado por la luz más que
los anteriores.
Contemplamos inertes, sobre el viento cabalga el aroma a desidia, y este
aroma, hedor si se prefiere, nos alcanza y descubrimos que carcome, que
disuelve las almas lentamente con paciencia, entonces temo, y camino para
evitar que la muerte lenta venga a nuestra quietud expuesta; tu permaneces
parado e intento llamarte, pero las palabras se diluyen en el aire, casi puedo
verlas como azúcar en agua, no me escuchas, luego, pienso que si camino más
lejos entenderás que quiero que me sigas, así que continúo fijado a una
dirección sin mirar atrás, más por terror que por convicción. No hay nada,
absolutamente nada en este paisaje, además de lo que describí anteriormente, solo
llanuras, planicies estériles de incertidumbre, así que casi sin opción me
dirijo hacia el hombre bajo el árbol, instintivamente considerando que podrá
ayudarme a encontrar mi sentido en esta perdición; camino lentamente sin mirar
atrás, un susurro me acaricia con su frío sepulcral, me dice “vuelve, vuelve”,
en esta llanura gris impregnada de nostalgia el miedo es la motivación
primordial, así, aunque deseo voltear y ver si eres tu quien me llama,
prefiero, mejor dicho me veo obligado a seguir adelante. Me acerco cada vez más
con lentos pasos hacia la figura del hombre, el silencio sepulta todo, así que
solo escucho mi incesante jadear, ya notablemente cerca el hombre parece no
notar mi presencia, solo puedo ver su espalda semi-escondida tras un árbol que
aparenta estar fabricado de desilusión, incluso concebido por esta; ya estoy a
un metro de distancia, el se encuentra sentado mirando hacia el horizonte,
impasible, inmóvil, su esencia se revela claramente ante mis ojos como un
monumento a los sueños perdidos, un negro obelisco en honor a la pérdida de
toda fe; no quiero ver su cara, al menos evitarla el mayor tiempo posible, así
que me aproximo dispuesto a tocar su hombro, sorpresivamente, el hombre voltea
la mirada bruscamente hacia mí, ante lo que yo salto de impresión sin saber
reaccionar, pareciera que siempre tuvo conciencia de mi presencia errante en su
templo gris, entonces veo su cara,
blanca, atestada de angustia, plagada de melancolía, invadida de un pusilánime
halo de algo que no logro identificar, pero que me produce un inconmensurable
desprecio; sus facciones acabadas son huesos sosteniendo piel, y en vez de ojos
porta dos abismos, que son como manantiales de dolor, pues de ellos brota
sangre, sangre roja intensamente, único color en todo el paisaje de blanco y
negro. El hombre abre la boca y habla sin fuerzas, dice:
—“¿Has visto a mi padre?”—
No logro entender lo que quiere
comunicarme, en si no logro entender nada, pero su pregunta intensifica ese
sentimiento de confusión que me posee, aún más, su voz, su expresión, hay algo
en su tétrica faz que remueve mis recuerdos, algo de él conozco, me parece tan
familiar, entonces continúa pero esta vez su voz adquiere un matiz de autoridad
suplicante, y dice:
—“No significo nada para nadie,
nadie significa nada para mí, lo que deseo poseer me posee, solo me acompaña la
sed infinita, y nadie es nada sino solo mi sed y la ilusión de que acaba. Estoy
solo.”—
No puedo entender lo que me dice, aunque
perturbador, carece de sentido, ¿Cómo puede estar solo, si yo estoy aquí?, me
parece que debo hacerle saber de su error, tal vez lo libere de su agonía,
entonces le digo:
—Estoy contigo—
...........
¿Cuánto tiempo he estado aquí?
Estoy sentado bajo la desilusión,
la sangre que emana de mis ojos moja mis manos abiertas hacia arriba que claman
por piedad, el panorama gris hipnótico se acentúa por la desidia que sopla por
doquier, un vago recuerdo, de ti, viene a mí, y volteó hacia donde hace una
eternidad te dejé, no estás, sin embargo a lo lejos, en el horizonte que parece
inalcanzable, se vislumbran como cobijadas por la luz tres aves que se alejan
perpetuamente.
Estoy solo...
¿Dónde estás?
La pregunta se torna sumamente
absurda cuando se vuelve palabras, sonido; estúpidamente debiera preguntarme
donde estoy yo, he perdido completamente la razón, sin embargo la razón de
buscarla no ha perdido su significado. Estoy perversamente atado al propósito
de encontrar un sentido, y con él, encontrarme a mí mismo, sin embargo la
gigantesca aprensión que me produce la idea de siquiera dejar de mirar las
aves, me enraíza al apego infinito, y a una sed insaciable que sin embargo no
dejo de tratar de llenar; el último vestigio de ti vuela acompañado por aves,
navega hacia el infinito por la luz del horizonte, y mirarte, solo observarte,
es el último decadente alivio que me sostiene.
Me sostiene...
Te envidio tanto porque vuelas abandonándome,
justo como mi Padre, mientras yo permanezco asido a la agonía tú te fugas hacia
el olvido, y es tan frustrante lo imposible que resulta soltar lo último de ti;
permanezco continuamente batallando con mis últimas fuerzas, para sostenerme
heroicamente de esta mi marchita esperanza, aquí quieto soy un peñasco, soy la
afirmación viviente de la obstinación, y nadie puede arrancarme de la
contemplación de tu partida, pues es todo lo que tengo sin ti.
¿Por qué no puedo, por qué me es imposible ir
tras de ti? Me siento tan impotente, siento mi soledad tan grande como mi
vergüenza, me sostiene la penumbra en esta tierra de nadie; entonces.... siento
que algo llega, algo gigantesco se aproxima, una certeza peligrosa retumba en
los agrios cielos de mi soledad, y no está dispuesta a detener su embestida; de
nuevo escucho suspiros, irreconocibles al principio dada su debilidad parecen
convertirse poco a poco en rugidos, que claman, que exigen, en el cielo
comienzan a aparecer densas nubes negras que crecen e invaden todo a su paso,
poco a poco lo gris se torna negro y la oscuridad conquista todo lo que se ve,
poco a poco llueve ceguera e inunda todo, y entonces la oscuridad es total. Los
rugidos dentro de mí gritan Un Secreto, mis raíces crujen, me siento tan vacío.
¿Cómo no entendí que soy el árbol?
Me pongo lentamente de pie...no estoy
dispuesto a estar solo.
La noche espontánea es sacudida por la luz, el
árbol tras de mi arde intensamente en llamas, el horizonte se resquebraja en
colores dorados, naranjas y rojos, arde igualmente; ahora que estoy erguido
completamente, soy poseído por una inmensa sensación de poder que me llena y
recorre mis venas, me doy cuenta que estoy furioso, luego, grito, grito con
todas mis fuerzas y de nuevo tengo ojos, he dejado de sangrar y ahora estoy en
llamas, levanto los brazos en posición victoriosa y reto a quienquiera que
pueda presenciar mi exclamación infernal; a lo lejos aún se vislumbran las
malditas aves, cosas asquerosas que se burlan de mí, me han dejado aquí en el
olvido y se han ido juntas para siempre, ¡merecen no menos que la destrucción
por su ofensa inaudita!, y con estas manos llenas de fuego he de encargarme de
ello, cueste lo que cueste.
Las nubes lanzan sus jabalinas de
luz con violento estruendo, y lenguas de fuego brotan del suelo como flores en
primavera; camino con porte real, soy un príncipe de odio, un dios de
destrucción, soy la venganza encarnada en los caminos de la ruina, a mi paso
los cánticos estrepitosos de los nebulosos cielos alaban mi fúrica
determinación y sustentan mi fantasía narcisista, las llamas nacientes del
suelo infértil, diabólicas bailarinas, inclinan sus coronadas puntas en muestra
de veneración, hacia mí, desde dondequiera que se encuentren parecen doblarse
hacia mí en contemplación fanática. Soy el protagonista improvisado, el
carbónico arquitecto de este pandemonio, de esta fiesta de ego entronizado, ego
que escupe blasfemias contra la sensatez y la resignación, ego que expresa con
convencimiento audaz y retórica infame, su finalidad ambiciosamente
destructiva; y ¡OH!, que belleza encuentro en mi lento y prepotente caminar,
que deleite gallardo es presenciar mi expresión orgullosa, mi mirada temible,
ardiente, llena de lujuria por la sangre y la muerte; envuelto en llamas, mi
impulsiva e inmediata motivación, mi deseo de venganza, se convierte en mi
razón exclusiva de existir, de ser, de respirar, de caminar, de caer a los
abismos de la aniquilación, no sin antes haberme embriagado de logro; así, este
rey de espadas en el que me he convertido, se dirige implacable en dirección
hacia el horizonte, buscando su liberación sin descanso.
Más hecho un bólido que un
hombre, arrastró conmigo un ejército de antorchas, soy el líder combatiente de
una secta de fuego, camino con seguridad hacia lo que parece ser mi único
obstáculo: una cerca patética y burda que atraviesa todo el medio de este
paisaje; al verla mientras me acerco a ella no puedo menos que reír a
carcajadas, burlarme sin medida de esta absurda exhalación de mediocridad que
intenta detenerme, pobre e inerte objeto indefenso, será alimento para mis
leones ígneos, pues encontrarse obstaculizando mi camino es el peor de los
destinos, como lo descubrirá quien quiera que ose imitar su estoica rebelión.
Ya estando a pocos metros de distancia de la cerca, me detengo a contemplar por
última vez, antes de convertirla a cenizas, lo único que me separa de la intoxicante
gloria; entonces, considerando la llegada del momento pertinente, levanto mi
prodigiosa mano de orquestador, y con una seña me dispongo a....momento.......el
suelo tiembla... ¿qué sucede?
Parece que justo ante mis ojos
comenzara a nacer un bosque de hierro: los pequeños y escuálidos palos de la
cerca comienzan a erguirse magnánimos, como torres ascéticas exigiéndome la
renuncia a la gloria, crecen, más bien revientan el horizonte con su imposición
masoquista y se tornan columnas de acero negro, en apariencia imperecederas e
invencibles; siguen creciendo hasta que no puedo ver más las aves volar, sino
solo su obstrucción imponente que en instantes ha nacido hasta asentarse como
una fortaleza de inmensos colmillos férreos. Las torres se han dignado a dejar
de brotar, y ya materializadas como un obstáculo entre yo y mis sueños, ya
estáticas y finalizadas como la obra que me intentará frustrar, comienzan a
vibrar con una intrepidez insultante que cimbra los fundamentos de mi coliseo,
y comienzan a clamar en coro estruendoso, recto, pavoroso y monumental, como
truenos afinados en una sola voluntad, su sentencia fatal:
“Más allá de aquí se encuentra la
libertad
Solo aquellos que son dignos pueden
osarla probar
Mientras en ira ardas no tendrás
la potestad
De verla, sentirla, asirla, ni de
tocarla intentar.
No hay lugar en las planicies de
la verdad y la paz
Para un mensajero del odio y la
arrogancia falaz
Habrás vencido a la miseria, pero
no a tu hambre voraz
Eres dueño de tu reino, pero no
rey de tu faz.”
El coro me suena impreciso,
obtuso, francamente la capacidad de escuchar estupideces no es uno de mis
talentos, lo único que me importa es encontrar a mis anhelos fugitivos y
cazarlos, derribarlos, devorar mis deseos por haberme humillado al huir de mi;
¡malditas aves asquerosas!
La oposición me suena a guerra.
Me relamo los colmillos.
Con un gesto de mi mano indico a
la tierra debajo de mi amoldarse a mi capricho y amontonarse en un nicho, trono
o altar según sea visto, que crece levantándome de entre el horizonte hasta la
altura del más alto de los opuestos obeliscos del fatalismo, así me yergo sobre
la agonía para liderar mi furia hecha un ejército del abismo, así mis siervos
de sangre y fuego podrán venerar mi presencia y adular mis movimientos,
seguirme hasta el infinito y derramarse en violencia junto conmigo, en contra
de las blasfemitas torres que serán leños en la fogata del festín de mi
triunfo. Aquí estoy, el príncipe de la furia, náufrago sobreviviente del mar
del misterio, conquistador irreverente de la agonía y el sufrimiento,
sutilmente coronado por los rojizos cielos y sus negras y amorfas hijas que
rugen injurias, que llaman a las arcaicas criaturas de las sombras a servir en
mi ejército; adorado por el fuego en cánticos que reflejan su intensa lujuria
por la devastación. A lo lejos se ven arribar las masas de bestias que se
conglomeran para acariciar mi venganza y de ella obtener aliento: múltiples
gigantes deformes cimbran el terreno, babeantes, jadeantes, con mazos que
agitan como péndulos, son los rencores, brutos ineptos más muy útiles para mis
intentos; por los cielos llegan los demonios buitrescos en plaga o parvada,
humanoides dotados con alas negras de murciélago, aguerridos son astutos, son
los miedos, me ayudarán en la estrategia; más allá ya se vislumbran los jinetes
esqueletos, montones de huesos conformados en seres sobre oscuros corceles, muy
veloces y devastadores, son los deseos perversos; desde debajo de la tierra brota un gigantesco gusano
asqueroso, serpentino dragón deforme venenoso en extremo, enorme, ataviado con
lujosos aditamentos y promesas exageradas, es un aliado poderoso en la
devastación: la ignorancia bajo mi potestad ahora repta; por otra dirección
llegan ya un sinnúmero de humanoides decadentes y putrefactos, no cabe duda que
sus números son extensos, zombis maltrechos son los sufrimientos, serán los
sirvientes de mis bestias; luego de entre la nada, como creados instantáneos de
entre el viento, bestias fortísimas pueblan los espacios faltantes, rojos
gigantes feroces en extremo, portando hachas y gigantescas espadas, son los
súbitos hijos de la ira y la violencia, rebeldes e imposibles de liderar, la
venganza probará poderlos someter; y finalmente ya muy a lo lejos y
transcurriendo lento, se vislumbra llegar a un encapuchado nada ostentoso,
misterioso, honrado en extremo por todas las demás bestias, sentado en un trono
cargado por criaturas de todos los tipos, llega como rey con túnica negra, con un
halo de muerte viene lento, ya lo reconozco, es el odio, caótico y peligroso
pudiera arruinarlo todo, sin embargo, me alegro de tenerlo a un lado, pues ha
venido a entretenerse con sus juegos favoritos, y su deleite es mi ganancia.
Todo está listo, las sombras y
bestias se consuelan bajo mi seno, sus arrebatos se condensan bajo mi mando y
voluntad, soy su príncipe, el “ego”, la soberbia entronizada, la más astuta y
poderosa maquinación entronada que seduce sus insensatos y absurdos destinos
bajo un propósito común; las torren siguen cantando, las bestias siguen
llegando, mi paciencia se desmorona y me levanto, ese gesto evoca un profundo
silencio entre mi ejército, todos quietos, todos perfectos, esperan mi primer
embestida en forma de autoridad megalómana...
El teatro es sublime y el
protagonista gime, suspira invadido por la pasajera certeza de su infinita
miseria aún no evaporada por su esencia de fuego, sus últimas lágrimas osan
liberarse, solo para morir devastadas por la certeza de la venganza, desvanecen
como último vestigio de lo que fue un hombre; y con esta señal, con esta
tragedia final, me incendio embriagado por mi propio poder, como antorcha, como
guía de lo negro, me vuelvo un león de fuego y mi rugido es eterno, certero, mi
potestad de monarca carcome el tiempo y la realidad y desata la fatalidad que
contenía la expectativa.
-¡¡MATEN, BESTIAS, MATEN!!-
Se entiende así mi desahogo
sonoro, y a partir de esto marchan las sombras contra la única muralla que me
separa del éxito; los rencores acosan las bases con sus golpes constantes y
brutales, los miedos se conglomeran expertos y atacan con amplia planeación en
el vuelo, los deseos perversos buscan filtrarse entre cualquier posible hueco,
como saben hacerlo, la ignorancia embiste por debajo, por lo oculto buscando
debilidad en los fundamentos, los sufrimientos, patéticos alimentan o sirven a
los más fuertes, los hijos de la violencia y la ira simplemente se desviven en
golpes y frenéticos intentos, siendo poderosos confían en su fuerza; en primera
fila, a mi derecha, el odio se deleita excitado y se le ve conmovido por el
espectáculo. Las torres vibran, rugen, pero no se mueven, simplemente continúan
cantando, el espectáculo es inaudito y apenas si contengo mi regocijo, grito,
me revuelco, me desbarato en carcajadas maniatadas, salto y maldigo, soy una
llama danzante y alegre; ahora veo que no existe contra ataque a mis flamígeras
estocadas, las torres no atacan, solo permanecen inertes ante mi invencible
arremetida, y bailo sin descanso escupiendo en el mensaje del coro de la
muralla, pues se que pronto no será nada.
Los cielos crujen, se engarruñan,
escarlatas se inflaman las intenciones insensatas, el ataque se vuelve más
furioso y el odio no permanece más en su asiento, se levanta, a todos alarma,
pudiera volcar la batalla en una orgía ensangrentada sin propósito en la cual
las bestias entre sí mismas se devastan, pero no hace nada, solo busca ver más
de cerca el panorama; los golpes, aullidos, rugidos, reverberaciones y truenos
dominan el momento, las visiones están colmadas de violencia sobre saturada,
este es mi momento, nada puede detenerme pues soy el general del estruendo, el
amo del poder.
.......
Las torres no ceden, y el tiempo
aunque confuso, se percibe extendido más allá de lo querido, aún me deleito
pero mi baile se ha vuelto una contemplación más bien quieta, el odio parece
perder la paciencia y está preparado para culpar a alguien de su aburrimiento;
los miedos desesperan primero y se agitan sobremanera, no han podido debilitar
la contraria férrea fortaleza y ante eso, se deprimen, impelidos por la asfixia
que la impotencia les provoca atacan sin estructura ni fuerza, como kami kazes
no tienen más remedio que clavarse de lleno contra la fuerza de la muralla, y
caen primero, todos se desbaratan como cenizas en el viento, como mi sonrisa. Ahora
carezco del poder de volcar a la fuerza sobre sí misma, y no estoy contento, me
enfurezco y por ende no soy más llama, soy incendio; luego, los sufrimientos
caen en masa, cansados y debilitados se pudren entre la batalla, su magnitud no
puede sustentar por mucho tiempo a las bestias que nacieron para servir, y
agotados hasta el colmo se deshacen entre el fuego; ahora carezco de los
sirvientes de las bestias de mi ejército; los deseos perversos también se
quiebran rápido, y es su defecto el requerir un triunfo inmediato, de lo
contrario se vuelven vaporosas reminiscencias de lo ingrato; los poderosos
hijos de la violencia y la ira prevalecen más tiempo, pero no duran ante la
pasividad y no respuesta de lo que embisten, son brutalmente efectivos pero
mueren por sus propios términos; todo esto el odio observa calumniado, y en su
trono se refugia confundido y anonadado.
Ofendido, invoco las fuerzas de
los cielos negros, de lo grandemente oscurecido, abro los brazos hacia el
infinito abismo y pido fuerzas del origen del mal para prevalecer en mis
anhelos, fieros relámpagos azotan despiadados las murallas cantoras, nace de
todos lados el fuego y marcha devorando todo a su paso, abrazando con pasión su
presa final metálica y enorme; pero esta no cede y aún afina con maestría su sinfonía;
la ignorancia no encontró la parte frágil en la arquitectura que defiende la
libertad y la verdad, gime el inquieto gusano y se revuelca infartado por la
certeza de aquello que prevalece aún embestido por el abismo encarnado, muere
injuriado; los rencores, brutos macizos, sufren al no ser alimentados por los
ya desvanecidos sufrimientos, caen como escamas viejas fulminados por la
inanición.
El odio no tiene más consuelo, ha
presenciado la derrota de su realidad, se desgañita en gimoteos y rugidos,
terriblemente desesperado se acerca a la muralla, busca tocarla y con eso, con
su tacto decadente e infalible, desmoronarla, muestra su mano pálida y
enfermiza, toca... falla... la muralla ni se agita, y entonces humillado,
volcado sobre si mismo explota en dramatismo mortal, es su final.
.......
Estoy solo.
No tengo nada más que un reino
aniquilado, príncipe del polvo es mi nombre, mi autoridad es vacía, no tengo ni
el aliento ni la capacidad para romper en llanto, estoy más allá de la ira,
completamente abandonado. La muralla, sin hacer nada, me ha vencido, ha
desbaratado todo aquello que estaba bajo mi servicio: resquebrajó mis miedos,
aniquiló mis sufrimientos, desvaneció mi ira, apaleo mis deseos perversos,
aplastó mi ignorancia, mató de hambre a mis rencores, y al odio que era mi
aliado, le detuvo y lo hizo verse a sí mismo, lo obligó a implosionar sin
remedio; ¿Qué tengo para confrontarla? ¿Qué tengo siquiera para no volver a la
agonía? El pavor me consume y tiemblo, la certidumbre del regreso me atosiga,
no quiero, pero ya no puedo ni detestar mi victimario estatuto, ni enfurecerme
por ello, desfallezco y me vuelco de nuevo, de lleno, en la miseria.
El árbol se erige intacto, nunca
ardió.
Estoy sentado debajo de la
desilusión, soy una sombra gris sin poder sufrir, enfurecerme, temer, desear
perversamente, ignorar ni odiar, estoy inerte en el eterno vacío del sin
sentido, ahora tengo ojos para contemplar mi desidia, ahora no sangro, solo veo
las aves volar, y se ven tan apacibles, tan felices, tan libres, puedo ver el
sol que las ilumina.
Puedo ver.
Puedo ver que soy el árbol y
nunca podré arder ni moverme.
Puedo ver que estoy indefenso,
que sinceramente solo deseaba estar conmigo mismo, pero me abandoné y me fui
volando.
Puedo ver que estoy desnudo y
tengo tantas ganas de llorar, puedo ver que estoy llorando
Puedo ver que el blanco y negro
no es tan malo, que el viento sopla agradable, que el panorama es pacífico y
que aquí sentado, casi me dan ganas de sonreír.
Puedo ver que en el árbol ahora es
de primavera, y simplemente fallaba al florecer porque transcurría el invierno,
ahora puedo ver que florece, y sus flores rosas púrpura llenan mi absoluto con
su belleza y eternidad.
Puedo ver que la cerca es
pequeña, entonces me levanto y doy unos cuantos pasos, llego hasta ella y la
salto de un paso, un susurro sin importancia parece coronar el suceso, dice:
“Adelante, divino príncipe”
Mientras camino más allá de la
cerca, me regocijo con el aire que es tan cálido como mi madre, el pasto es
verde y me conmueve con su voluptuoso ímpetu de vivir, el sol me arropa con su
paternal fortaleza y me llena de alegría, caminando tengo vagos recuerdos de lo
que era el tiempo, de lo que era ser yo, y miro atrás y veo la miseria, y puedo
ver que puede ser muy entretenida. Me parece que buscaba algo, que no recuerdo,
ya no importa, ya no puedo hablar, parece que empiezo a flotar...
Lo que no pude ver es al príncipe
alado, que volaba hacia el horizonte uniéndose con las aves.
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