jueves, 24 de julio de 2014

LA GRAN OBRA LUMINOSA






¿Viste eso?
    
Una lágrima negra ha caído del cielo, y al caer esparció su infinita melancolía sobre mis sueños, invadió mi ausencia nocturna; como un huevo de dragón, en ella acogía algo espantoso: llevaba en su seno decadente, mi reflejo invertido cual cruz blasfema, vestido de negro, mudo, sordo, pero sonriente, aquel yo alterno, inmerso, caía fascinante de cabeza en picada, y nos miraba, creo que nos dijo algo, a pesar de su falta de voz, vi sus labios moverse, creo que dijo:
   
 “Bienvenidos a mi más profunda oscuridad”.
    
     ¿Escuchas?
     La gota ha caído en mí, proclamando su arribo con un sonido de mar besando un peñasco, espero no ahogarme en el diluvio de su penumbra.

     ¿Puedes ver?
     Hemos navegado ya bastante tiempo en esta frágil balsa de coherencia, sus maderos de cordura crujen ya, abrumados por el contacto perpetuo con este mar de negra sangre; no queda ya mucho de ellos que pueda sostener nuestra existencia, que nos proteja de sumergirnos en esta infinita locura de muerte; por otra parte es imposible ver más allá de un brazo de distancia, pues nos impide ver la neblina densa de mi conciencia, cuya atmósfera cínicamente fútil, débil, vaporosa, flota con soberbia por sobre todo este mar de sombras. El fin esta deduciblemente cerca, no hay esperanzas, y antes de que todo termine, aquí acongojados en el génesis de mis sueños, quisiera decirte que....

espera...
algo se mueve, la niebla se agita, se retuerce, se arremolina caprichosamente cada vez más frenética, parece que sufre, que cambia, que adolece, ¿Qué pudiera estar castigando en forma tan agresiva a mi conciencia?; la pregunta pierde relevancia reemplazada por el pánico que me produce aquel atroz espectáculo, dirijo la mirada hacia ti y encuentro que estas temblando, luego, convoco mis fuerzas para tomar tu mano y casi la alcanzo, sin embargo, mi anhelante intento es desbaratado por la llegada de una monstruosidad aún mayor: el mar de muerte se agita, ondula, incrementa su turbación hasta quedar completamente embravecido, entonces, dramático sacude y abre su seno, y concibe desde los adentros de su vacuidad… ¡una quimera de proporciones siniestras!  La negrura ha escupido una criatura que, por su fisonomía, honra a su madre con su semblante bestial, y esta fantasía sádica encarnada es indescriptible, pues no se adapta a ningún retrato humano de lo terrible. La criatura se yergue ante mi; el mar se ha calmado pero la niebla parece ya muy difusa, casi desecha; te veo y pareces estupefacto, la impresión ha saqueado tu capacidad de reaccionar, y yo solo atino a observar, resignado, afianzado a los últimos fundamentos de mi cordura; la bestia se mueve, pareciera no desviar su atención de mi, entonces me señala, con autoridad y juicio emite un poderoso y solemne rugido, que inexplicablemente percibí como una sentencia, una condena perpetua e implacable; la severidad de su exclamación entronada por sus fauces clamaba...

Un secreto

...penetró en mí como el agua en la tierra, diluyéndose de igual manera en mis rígidos pilares, después, todo palideció en importancia y significado, ligeramente me fui al disolverse los últimos vestigios de mi balsa de coherencia, y con toque tenue fui absorbido por la sorpresiva tibieza de lo grandiosamente misterioso.
   
 Y pareciera que dormí por siempre...
   
     ¿Puedes sentir?
   
 Estamos empapados de soledad, naufragamos pero estamos aquí y...
¿Dónde estamos?, ¿A dónde nos llevaron las mareas de lo impredecible y oculto? Otra vez nos encontramos juntos, te miro y analizo rápidamente y no veo mucho cambio en ti, sin embargo en mi el haber sido digerido por la infinita oscuridad me dejó, francamente, perdido; no sé donde estamos, levanto la vista y, ¡OH Dios!, un panorama blanco y negro, con matices de gris, bruscamente me da la bienvenida, me abofetea mejor dicho, con su simpleza deprimente, su mediocridad, su carencia absoluta, y su profunda y perturbadora aura de nihilismo insultante. Puedo describir la experiencia como el estar de pronto cautivos, dentro del bosquejo de un paisaje que una adolescente suicida dibujó en alguna de sus tardes ociosas y solas, siendo revestidos de su expresiva y total tristeza, como existiendo en una sesión de llanto amargo, capturados en un momento congelado. Desde mi punto de vista el marco que forma el paisaje que se nos presenta, consiste en tres planos: el primero es un relieve en la tierra, seco, limpio, de donde sobresale únicamente un árbol muerto, siendo agitado violentamente por el viento, árbol en cuya base reposa sentada la figura gris de un hombre en profunda reflexión; en el segundo plano, más bajo en relación al horizonte que el primero, y colocado detrás de este, hay otro relieve de características similares al primero, solamente que en este solo hay una pequeña cerca de madera que lo atraviesa de lado a lado, cortando el panorama en dos; en el tercer plano, un tercer relieve en la tierra colocado detrás del segundo, posa limpio y seco sin nada que lo corone, sin embargo en el cielo sobre el dos aves se alejan hacia el horizonte; no es de día ni de noche, pues no hay ni sol, ni luna ni ninguna nube en absoluto, sin embargo el primer relieve, donde yace el árbol y el hombre, pareciera acosado por la sombra más que los demás, y el tercero se ve arropado por la luz más que los anteriores.
  
  Contemplamos inertes, sobre el viento cabalga el aroma a desidia, y este aroma, hedor si se prefiere, nos alcanza y descubrimos que carcome, que disuelve las almas lentamente con paciencia, entonces temo, y camino para evitar que la muerte lenta venga a nuestra quietud expuesta; tu permaneces parado e intento llamarte, pero las palabras se diluyen en el aire, casi puedo verlas como azúcar en agua, no me escuchas, luego, pienso que si camino más lejos entenderás que quiero que me sigas, así que continúo fijado a una dirección sin mirar atrás, más por terror que por convicción. No hay nada, absolutamente nada en este paisaje, además de lo que describí anteriormente, solo llanuras, planicies estériles de incertidumbre, así que casi sin opción me dirijo hacia el hombre bajo el árbol, instintivamente considerando que podrá ayudarme a encontrar mi sentido en esta perdición; camino lentamente sin mirar atrás, un susurro me acaricia con su frío sepulcral, me dice “vuelve, vuelve”, en esta llanura gris impregnada de nostalgia el miedo es la motivación primordial, así, aunque deseo voltear y ver si eres tu quien me llama, prefiero, mejor dicho me veo obligado a seguir adelante. Me acerco cada vez más con lentos pasos hacia la figura del hombre, el silencio sepulta todo, así que solo escucho mi incesante jadear, ya notablemente cerca el hombre parece no notar mi presencia, solo puedo ver su espalda semi-escondida tras un árbol que aparenta estar fabricado de desilusión, incluso concebido por esta; ya estoy a un metro de distancia, el se encuentra sentado mirando hacia el horizonte, impasible, inmóvil, su esencia se revela claramente ante mis ojos como un monumento a los sueños perdidos, un negro obelisco en honor a la pérdida de toda fe; no quiero ver su cara, al menos evitarla el mayor tiempo posible, así que me aproximo dispuesto a tocar su hombro, sorpresivamente, el hombre voltea la mirada bruscamente hacia mí, ante lo que yo salto de impresión sin saber reaccionar, pareciera que siempre tuvo conciencia de mi presencia errante en su templo gris, entonces  veo su cara, blanca, atestada de angustia, plagada de melancolía, invadida de un pusilánime halo de algo que no logro identificar, pero que me produce un inconmensurable desprecio; sus facciones acabadas son huesos sosteniendo piel, y en vez de ojos porta dos abismos, que son como manantiales de dolor, pues de ellos brota sangre, sangre roja intensamente, único color en todo el paisaje de blanco y negro. El hombre abre la boca y habla sin fuerzas, dice:
   
 —“¿Has visto a mi padre?”—  

No logro entender lo que quiere comunicarme, en si no logro entender nada, pero su pregunta intensifica ese sentimiento de confusión que me posee, aún más, su voz, su expresión, hay algo en su tétrica faz que remueve mis recuerdos, algo de él conozco, me parece tan familiar, entonces continúa pero esta vez su voz adquiere un matiz de autoridad suplicante, y dice:
    
—“No significo nada para nadie, nadie significa nada para mí, lo que deseo poseer me posee, solo me acompaña la sed infinita, y nadie es nada sino solo mi sed y la ilusión de que acaba. Estoy solo.”—
   
 No puedo entender lo que me dice, aunque perturbador, carece de sentido, ¿Cómo puede estar solo, si yo estoy aquí?, me parece que debo hacerle saber de su error, tal vez lo libere de su agonía, entonces le digo:
     —Estoy contigo—
    
      ...........

     ¿Cuánto tiempo he estado aquí?
    
Estoy sentado bajo la desilusión, la sangre que emana de mis ojos moja mis manos abiertas hacia arriba que claman por piedad, el panorama gris hipnótico se acentúa por la desidia que sopla por doquier, un vago recuerdo, de ti, viene a mí, y volteó hacia donde hace una eternidad te dejé, no estás, sin embargo a lo lejos, en el horizonte que parece inalcanzable, se vislumbran como cobijadas por la luz tres aves que se alejan perpetuamente.
    
Estoy solo...

   
 ¿Dónde estás?
    
La pregunta se torna sumamente absurda cuando se vuelve palabras, sonido; estúpidamente debiera preguntarme donde estoy yo, he perdido completamente la razón, sin embargo la razón de buscarla no ha perdido su significado. Estoy perversamente atado al propósito de encontrar un sentido, y con él, encontrarme a mí mismo, sin embargo la gigantesca aprensión que me produce la idea de siquiera dejar de mirar las aves, me enraíza al apego infinito, y a una sed insaciable que sin embargo no dejo de tratar de llenar; el último vestigio de ti vuela acompañado por aves, navega hacia el infinito por la luz del horizonte, y mirarte, solo observarte, es el último decadente alivio que me sostiene.
  
  Me sostiene...
   
 Te envidio tanto porque vuelas abandonándome, justo como mi Padre, mientras yo permanezco asido a la agonía tú te fugas hacia el olvido, y es tan frustrante lo imposible que resulta soltar lo último de ti; permanezco continuamente batallando con mis últimas fuerzas, para sostenerme heroicamente de esta mi marchita esperanza, aquí quieto soy un peñasco, soy la afirmación viviente de la obstinación, y nadie puede arrancarme de la contemplación de tu partida, pues es todo lo que tengo sin ti.
   
 ¿Por qué no puedo, por qué me es imposible ir tras de ti? Me siento tan impotente, siento mi soledad tan grande como mi vergüenza, me sostiene la penumbra en esta tierra de nadie; entonces.... siento que algo llega, algo gigantesco se aproxima, una certeza peligrosa retumba en los agrios cielos de mi soledad, y no está dispuesta a detener su embestida; de nuevo escucho suspiros, irreconocibles al principio dada su debilidad parecen convertirse poco a poco en rugidos, que claman, que exigen, en el cielo comienzan a aparecer densas nubes negras que crecen e invaden todo a su paso, poco a poco lo gris se torna negro y la oscuridad conquista todo lo que se ve, poco a poco llueve ceguera e inunda todo, y entonces la oscuridad es total. Los rugidos dentro de mí gritan Un Secreto, mis raíces crujen, me siento tan vacío.
    
     ¿Cómo no entendí que soy el árbol?

    
Me pongo lentamente de pie...no estoy dispuesto a estar solo.
   
 La noche espontánea es sacudida por la luz, el árbol tras de mi arde intensamente en llamas, el horizonte se resquebraja en colores dorados, naranjas y rojos, arde igualmente; ahora que estoy erguido completamente, soy poseído por una inmensa sensación de poder que me llena y recorre mis venas, me doy cuenta que estoy furioso, luego, grito, grito con todas mis fuerzas y de nuevo tengo ojos, he dejado de sangrar y ahora estoy en llamas, levanto los brazos en posición victoriosa y reto a quienquiera que pueda presenciar mi exclamación infernal; a lo lejos aún se vislumbran las malditas aves, cosas asquerosas que se burlan de mí, me han dejado aquí en el olvido y se han ido juntas para siempre, ¡merecen no menos que la destrucción por su ofensa inaudita!, y con estas manos llenas de fuego he de encargarme de ello, cueste lo que cueste.
    
Las nubes lanzan sus jabalinas de luz con violento estruendo, y lenguas de fuego brotan del suelo como flores en primavera; camino con porte real, soy un príncipe de odio, un dios de destrucción, soy la venganza encarnada en los caminos de la ruina, a mi paso los cánticos estrepitosos de los nebulosos cielos alaban mi fúrica determinación y sustentan mi fantasía narcisista, las llamas nacientes del suelo infértil, diabólicas bailarinas, inclinan sus coronadas puntas en muestra de veneración, hacia mí, desde dondequiera que se encuentren parecen doblarse hacia mí en contemplación fanática. Soy el protagonista improvisado, el carbónico arquitecto de este pandemonio, de esta fiesta de ego entronizado, ego que escupe blasfemias contra la sensatez y la resignación, ego que expresa con convencimiento audaz y retórica infame, su finalidad ambiciosamente destructiva; y ¡OH!, que belleza encuentro en mi lento y prepotente caminar, que deleite gallardo es presenciar mi expresión orgullosa, mi mirada temible, ardiente, llena de lujuria por la sangre y la muerte; envuelto en llamas, mi impulsiva e inmediata motivación, mi deseo de venganza, se convierte en mi razón exclusiva de existir, de ser, de respirar, de caminar, de caer a los abismos de la aniquilación, no sin antes haberme embriagado de logro; así, este rey de espadas en el que me he convertido, se dirige implacable en dirección hacia el horizonte, buscando su liberación sin descanso.
    
Más hecho un bólido que un hombre, arrastró conmigo un ejército de antorchas, soy el líder combatiente de una secta de fuego, camino con seguridad hacia lo que parece ser mi único obstáculo: una cerca patética y burda que atraviesa todo el medio de este paisaje; al verla mientras me acerco a ella no puedo menos que reír a carcajadas, burlarme sin medida de esta absurda exhalación de mediocridad que intenta detenerme, pobre e inerte objeto indefenso, será alimento para mis leones ígneos, pues encontrarse obstaculizando mi camino es el peor de los destinos, como lo descubrirá quien quiera que ose imitar su estoica rebelión. Ya estando a pocos metros de distancia de la cerca, me detengo a contemplar por última vez, antes de convertirla a cenizas, lo único que me separa de la intoxicante gloria; entonces, considerando la llegada del momento pertinente, levanto mi prodigiosa mano de orquestador, y con una seña me dispongo a....momento.......el suelo tiembla... ¿qué sucede?
Parece que justo ante mis ojos comenzara a nacer un bosque de hierro: los pequeños y escuálidos palos de la cerca comienzan a erguirse magnánimos, como torres ascéticas exigiéndome la renuncia a la gloria, crecen, más bien revientan el horizonte con su imposición masoquista y se tornan columnas de acero negro, en apariencia imperecederas e invencibles; siguen creciendo hasta que no puedo ver más las aves volar, sino solo su obstrucción imponente que en instantes ha nacido hasta asentarse como una fortaleza de inmensos colmillos férreos. Las torres se han dignado a dejar de brotar, y ya materializadas como un obstáculo entre yo y mis sueños, ya estáticas y finalizadas como la obra que me intentará frustrar, comienzan a vibrar con una intrepidez insultante que cimbra los fundamentos de mi coliseo, y comienzan a clamar en coro estruendoso, recto, pavoroso y monumental, como truenos afinados en una sola voluntad, su sentencia fatal:

“Más allá de aquí se encuentra la libertad
Solo aquellos que son dignos pueden osarla probar
Mientras en ira ardas no tendrás la potestad
De verla, sentirla, asirla, ni de tocarla intentar.

No hay lugar en las planicies de la verdad y la paz
Para un mensajero del odio y la arrogancia falaz
Habrás vencido a la miseria, pero no a tu hambre voraz
Eres dueño de tu reino, pero no rey de tu faz.”

                                                          
El coro me suena impreciso, obtuso, francamente la capacidad de escuchar estupideces no es uno de mis talentos, lo único que me importa es encontrar a mis anhelos fugitivos y cazarlos, derribarlos, devorar mis deseos por haberme humillado al huir de mi; ¡malditas aves asquerosas!
                                                          
La oposición me suena a guerra. Me relamo los colmillos.
                                                          
Con un gesto de mi mano indico a la tierra debajo de mi amoldarse a mi capricho y amontonarse en un nicho, trono o altar según sea visto, que crece levantándome de entre el horizonte hasta la altura del más alto de los opuestos obeliscos del fatalismo, así me yergo sobre la agonía para liderar mi furia hecha un ejército del abismo, así mis siervos de sangre y fuego podrán venerar mi presencia y adular mis movimientos, seguirme hasta el infinito y derramarse en violencia junto conmigo, en contra de las blasfemitas torres que serán leños en la fogata del festín de mi triunfo. Aquí estoy, el príncipe de la furia, náufrago sobreviviente del mar del misterio, conquistador irreverente de la agonía y el sufrimiento, sutilmente coronado por los rojizos cielos y sus negras y amorfas hijas que rugen injurias, que llaman a las arcaicas criaturas de las sombras a servir en mi ejército; adorado por el fuego en cánticos que reflejan su intensa lujuria por la devastación. A lo lejos se ven arribar las masas de bestias que se conglomeran para acariciar mi venganza y de ella obtener aliento: múltiples gigantes deformes cimbran el terreno, babeantes, jadeantes, con mazos que agitan como péndulos, son los rencores, brutos ineptos más muy útiles para mis intentos; por los cielos llegan los demonios buitrescos en plaga o parvada, humanoides dotados con alas negras de murciélago, aguerridos son astutos, son los miedos, me ayudarán en la estrategia; más allá ya se vislumbran los jinetes esqueletos, montones de huesos conformados en seres sobre oscuros corceles, muy veloces y devastadores, son los deseos perversos; desde debajo de  la tierra brota un gigantesco gusano asqueroso, serpentino dragón deforme venenoso en extremo, enorme, ataviado con lujosos aditamentos y promesas exageradas, es un aliado poderoso en la devastación: la ignorancia bajo mi potestad ahora repta; por otra dirección llegan ya un sinnúmero de humanoides decadentes y putrefactos, no cabe duda que sus números son extensos, zombis maltrechos son los sufrimientos, serán los sirvientes de mis bestias; luego de entre la nada, como creados instantáneos de entre el viento, bestias fortísimas pueblan los espacios faltantes, rojos gigantes feroces en extremo, portando hachas y gigantescas espadas, son los súbitos hijos de la ira y la violencia, rebeldes e imposibles de liderar, la venganza probará poderlos someter; y finalmente ya muy a lo lejos y transcurriendo lento, se vislumbra llegar a un encapuchado nada ostentoso, misterioso, honrado en extremo por todas las demás bestias, sentado en un trono cargado por criaturas de todos los tipos, llega como rey con túnica negra, con un halo de muerte viene lento, ya lo reconozco, es el odio, caótico y peligroso pudiera arruinarlo todo, sin embargo, me alegro de tenerlo a un lado, pues ha venido a entretenerse con sus juegos favoritos, y su deleite es mi ganancia.
                                                          
Todo está listo, las sombras y bestias se consuelan bajo mi seno, sus arrebatos se condensan bajo mi mando y voluntad, soy su príncipe, el “ego”, la soberbia entronizada, la más astuta y poderosa maquinación entronada que seduce sus insensatos y absurdos destinos bajo un propósito común; las torren siguen cantando, las bestias siguen llegando, mi paciencia se desmorona y me levanto, ese gesto evoca un profundo silencio entre mi ejército, todos quietos, todos perfectos, esperan mi primer embestida en forma de autoridad megalómana...

El teatro es sublime y el protagonista gime, suspira invadido por la pasajera certeza de su infinita miseria aún no evaporada por su esencia de fuego, sus últimas lágrimas osan liberarse, solo para morir devastadas por la certeza de la venganza, desvanecen como último vestigio de lo que fue un hombre; y con esta señal, con esta tragedia final, me incendio embriagado por mi propio poder, como antorcha, como guía de lo negro, me vuelvo un león de fuego y mi rugido es eterno, certero, mi potestad de monarca carcome el tiempo y la realidad y desata la fatalidad que contenía la expectativa.

-¡¡MATEN, BESTIAS, MATEN!!-

Se entiende así mi desahogo sonoro, y a partir de esto marchan las sombras contra la única muralla que me separa del éxito; los rencores acosan las bases con sus golpes constantes y brutales, los miedos se conglomeran expertos y atacan con amplia planeación en el vuelo, los deseos perversos buscan filtrarse entre cualquier posible hueco, como saben hacerlo, la ignorancia embiste por debajo, por lo oculto buscando debilidad en los fundamentos, los sufrimientos, patéticos alimentan o sirven a los más fuertes, los hijos de la violencia y la ira simplemente se desviven en golpes y frenéticos intentos, siendo poderosos confían en su fuerza; en primera fila, a mi derecha, el odio se deleita excitado y se le ve conmovido por el espectáculo. Las torres vibran, rugen, pero no se mueven, simplemente continúan cantando, el espectáculo es inaudito y apenas si contengo mi regocijo, grito, me revuelco, me desbarato en carcajadas maniatadas, salto y maldigo, soy una llama danzante y alegre; ahora veo que no existe contra ataque a mis flamígeras estocadas, las torres no atacan, solo permanecen inertes ante mi invencible arremetida, y bailo sin descanso escupiendo en el mensaje del coro de la muralla, pues se que pronto no será nada.
Los cielos crujen, se engarruñan, escarlatas se inflaman las intenciones insensatas, el ataque se vuelve más furioso y el odio no permanece más en su asiento, se levanta, a todos alarma, pudiera volcar la batalla en una orgía ensangrentada sin propósito en la cual las bestias entre sí mismas se devastan, pero no hace nada, solo busca ver más de cerca el panorama; los golpes, aullidos, rugidos, reverberaciones y truenos dominan el momento, las visiones están colmadas de violencia sobre saturada, este es mi momento, nada puede detenerme pues soy el general del estruendo, el amo del poder.

.......

Las torres no ceden, y el tiempo aunque confuso, se percibe extendido más allá de lo querido, aún me deleito pero mi baile se ha vuelto una contemplación más bien quieta, el odio parece perder la paciencia y está preparado para culpar a alguien de su aburrimiento; los miedos desesperan primero y se agitan sobremanera, no han podido debilitar la contraria férrea fortaleza y ante eso, se deprimen, impelidos por la asfixia que la impotencia les provoca atacan sin estructura ni fuerza, como kami kazes no tienen más remedio que clavarse de lleno contra la fuerza de la muralla, y caen primero, todos se desbaratan como cenizas en el viento, como mi sonrisa. Ahora carezco del poder de volcar a la fuerza sobre sí misma, y no estoy contento, me enfurezco y por ende no soy más llama, soy incendio; luego, los sufrimientos caen en masa, cansados y debilitados se pudren entre la batalla, su magnitud no puede sustentar por mucho tiempo a las bestias que nacieron para servir, y agotados hasta el colmo se deshacen entre el fuego; ahora carezco de los sirvientes de las bestias de mi ejército; los deseos perversos también se quiebran rápido, y es su defecto el requerir un triunfo inmediato, de lo contrario se vuelven vaporosas reminiscencias de lo ingrato; los poderosos hijos de la violencia y la ira prevalecen más tiempo, pero no duran ante la pasividad y no respuesta de lo que embisten, son brutalmente efectivos pero mueren por sus propios términos; todo esto el odio observa calumniado, y en su trono se refugia confundido y anonadado.
Ofendido, invoco las fuerzas de los cielos negros, de lo grandemente oscurecido, abro los brazos hacia el infinito abismo y pido fuerzas del origen del mal para prevalecer en mis anhelos, fieros relámpagos azotan despiadados las murallas cantoras, nace de todos lados el fuego y marcha devorando todo a su paso, abrazando con pasión su presa final metálica y enorme; pero esta no cede y aún afina con maestría su sinfonía; la ignorancia no encontró la parte frágil en la arquitectura que defiende la libertad y la verdad, gime el inquieto gusano y se revuelca infartado por la certeza de aquello que prevalece aún embestido por el abismo encarnado, muere injuriado; los rencores, brutos macizos, sufren al no ser alimentados por los ya desvanecidos sufrimientos, caen como escamas viejas fulminados por la inanición.
El odio no tiene más consuelo, ha presenciado la derrota de su realidad, se desgañita en gimoteos y rugidos, terriblemente desesperado se acerca a la muralla, busca tocarla y con eso, con su tacto decadente e infalible, desmoronarla, muestra su mano pálida y enfermiza, toca... falla... la muralla ni se agita, y entonces humillado, volcado sobre si mismo explota en dramatismo mortal, es su final.
                                                          
.......

Estoy solo.
No tengo nada más que un reino aniquilado, príncipe del polvo es mi nombre, mi autoridad es vacía, no tengo ni el aliento ni la capacidad para romper en llanto, estoy más allá de la ira, completamente abandonado. La muralla, sin hacer nada, me ha vencido, ha desbaratado todo aquello que estaba bajo mi servicio: resquebrajó mis miedos, aniquiló mis sufrimientos, desvaneció mi ira, apaleo mis deseos perversos, aplastó mi ignorancia, mató de hambre a mis rencores, y al odio que era mi aliado, le detuvo y lo hizo verse a sí mismo, lo obligó a implosionar sin remedio; ¿Qué tengo para confrontarla? ¿Qué tengo siquiera para no volver a la agonía? El pavor me consume y tiemblo, la certidumbre del regreso me atosiga, no quiero, pero ya no puedo ni detestar mi victimario estatuto, ni enfurecerme por ello, desfallezco y me vuelco de nuevo, de lleno, en la miseria.
                                                          
El árbol se erige intacto, nunca ardió.

Estoy sentado debajo de la desilusión, soy una sombra gris sin poder sufrir, enfurecerme, temer, desear perversamente, ignorar ni odiar, estoy inerte en el eterno vacío del sin sentido, ahora tengo ojos para contemplar mi desidia, ahora no sangro, solo veo las aves volar, y se ven tan apacibles, tan felices, tan libres, puedo ver el sol que las ilumina.

Puedo ver.

Puedo ver que soy el árbol y nunca podré arder ni moverme.

Puedo ver que estoy indefenso, que sinceramente solo deseaba estar conmigo mismo, pero me abandoné y me fui volando.                   

Puedo ver que estoy desnudo y tengo tantas ganas de llorar, puedo ver que estoy llorando

Puedo ver que el blanco y negro no es tan malo, que el viento sopla agradable, que el panorama es pacífico y que aquí sentado, casi me dan ganas de sonreír.

Puedo ver que en el árbol ahora es de primavera, y simplemente fallaba al florecer porque transcurría el invierno, ahora puedo ver que florece, y sus flores rosas púrpura llenan mi absoluto con su belleza y eternidad.
Puedo ver que la cerca es pequeña, entonces me levanto y doy unos cuantos pasos, llego hasta ella y la salto de un paso, un susurro sin importancia parece coronar el suceso, dice:

“Adelante, divino príncipe”

Mientras camino más allá de la cerca, me regocijo con el aire que es tan cálido como mi madre, el pasto es verde y me conmueve con su voluptuoso ímpetu de vivir, el sol me arropa con su paternal fortaleza y me llena de alegría, caminando tengo vagos recuerdos de lo que era el tiempo, de lo que era ser yo, y miro atrás y veo la miseria, y puedo ver que puede ser muy entretenida. Me parece que buscaba algo, que no recuerdo, ya no importa, ya no puedo hablar, parece que empiezo a flotar...

Lo que no pude ver es al príncipe alado, que volaba hacia el horizonte uniéndose con las aves.

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