miércoles, 23 de julio de 2014

GAVRIEL






Inerte, pacífico, privado de motivaciones, existo perpetuamente cobijado en la piel de una hoja, soy el residuo durmiente de una lluvia ya extinta, soy una laguna infinitamente pequeña que la mano de la tierra sostiene con calidez, soy un poco de agua en la más alta hoja de un árbol indistinto, uno de tantos entre el bosque. Ningún diamante igualaría la belleza del resplandor que me envuelve cuando, en el primer indicio del amanecer, el más ingenuo sol naciente me toca con su poderoso aliento; no hay en la historia rey, que haya sido ungido, como yo, con el alto honor de ser presentado por los hijos milenarios de la tierra a las más puras y nobles alturas, introducido con orgullo a la infinitud azul; aquí arriba, comparto la primordial esencia de la espera ignorante que personalizan los fetos antes de nacer, sin embargo, yo no deseo nacer, ni morir, yo no deseo nada más que la simpleza de permanecer, de ser y seguir siendo un mar de humildad y paz en el más ignorado de los micro-universos.
 
Y solo un instante después de suspirar en la auto-complacencia de mi perpetuidad, me doy cuenta de que no puedo ser perpetuo, porque estoy vivo y sujeto a causa de que he osado desear, he tenido la capacidad viviente de ambicionar; en un grito ansioso pero sofocado he clamado por dejar de ser, para permanecer; el más irreconocible de los anhelos, sin embargo el más peligroso, me ha invadido completamente, quiero ser, deseo estar, y no moverme jamás, entonces inmediatamente después me invade el miedo y me asaltan las imágenes proféticas recurrentes, una tras otra, de mi Apocalipsis personal:
 
El primer jinete tiene forma de ave, ave que se posa indiferente cerca de mi, sedienta asesina, no vacila en devorarme y destrozarme sin piedad. 
El segundo es el mismo ingenuo y aletargado sol apenas cálido que ahora me arropa, que inevitablemente al erguirse sobre el cielo se transformará en monstruoso megalómano, dictador omnipresente lleno de furia ardiente, bajo cuyo poder simplemente me desvaneceré y seré reducido a polvo de agua.
 El tercero es aterrador, pues anuncia su llegada con un eco espantoso, es un silbido difuso llamado viento, avisa de su llegada para después cimbrar el mundo de hojas desde sus cimientos, llega y agita los fundamentos de mi cuna con arrojo brutal, y entonces caigo expulsado de mi trono, caigo despedazándome poco a poco, parece eterna la mutilación que me reduce a brisa, y el terror…finalmente mis pedazos se estrellan en la tierra tapizada e imbuida de los cadáveres de mis hermanos líquidos, en la que desaparezco para siempre.
 
El cuarto jinete escapa a mi entendimiento, su porte, su forma, su fuerza, su furia, ninguna de sus características hace mella en mi memoria, es un cazador desconocido, un caballero ancestral con armadura de oro incorruptible, su cabeza esta ceñida por una fascinante y conmovedora corona llamada Victoria, y en su mano derecha porta una devastadora espada llamada Libertad; y mientras cabalga directo hacia mi a todo galope, montado en la Paz, su blanco corcel, alcanzo a vislumbrar detrás del brillo de su presencia, su mirada terrible, fija e inevitable, que cala en lo más profundo de mi naturaleza, agitando mis fundamentos amenazando con derribar mi forma. No puedo entender la crueldad de sus intenciones, no puedo concebir quien se atrevería a embestir con tal poderío contra esta su más insignificante presa, una cuenca de agua mecida en una hoja olvidada. Al acercarse más el jinete de fuego algo inexplicable me sucede, mis ojos ya no lo son pues una vida ajena derrama sus imágenes sobre mi, y entonces despierto, recuerdo que no soy una inerte masa insignificante de agua, soy un hombre, soy muchos hombres, me convierto entonces en millares de lágrimas presenciando cientos de ocasiones en que las heladas garras de la muerte arrancaban el último suspiro de vida a tantos que amé, al tiempo que mi corazón se convertía en piedra de desesperación, y exudaba venenoso dolor que a través de mis venas invadía mi cuerpo y mi vida, dejándome sin aliento para volver a creer en algún futuro instante de felicidad; luego, soy yo el arrebatado por la muerte cientos de veces mientras el réquiem de miles de llantos en eco despide mis últimos instantes, y recuerdo amargamente el pánico resignado con el que ante mis ojos la oscuridad tomaba poco a poco el lugar de la imagen del mundo en que viví, de quienes amé, y de los sueños que cumplí y los que nunca. También, vienen a mí en masa tibia y sobrecogedora cientos de recuerdos, que se confunden con sentimientos y me arrastran como una marea de atardeceres materializados, remembranzas de momentos de felicidad, éxtasis, alegría y gozo, tan confusamente diversificados en ramas que, en ocasiones son rostros de gente, en otras veces son paisajes, momentos, sabores eternos, sabores a vino, a agua cuando hubo sed, sabor a sudor y arena; otras veces son aromas a lluvia, a perfumes infinitos, a caramelo en la infancia, a piel en la adultez, y a caramelo y piel en la vejez nostálgica; y otras veces son sonidos, se oye a Beethoven, se oyen tambores y fiesta, susurros y truenos, y a veces simplemente la voz de la madre. Asimismo hay recuerdos de pasiones ardientes, unas veces dándole fuerza a la mano que empuña la justicia, otras a la que mata con el puñal de la ira, a veces en forma de los vientos que arrastran a los que se embarcan en busca de libertad, otras veces sepultando en noche, sangre y vergüenza a las victimas de la esclavitud y la ambición desmedida de poder; todo viene a mi, todo fui, en tantas máscaras, desde tantas perspectivas presencié tantos mundos diferentes observando el mismo, desde vehículos para viajar por el tiempo, otrora llamados vidas; todo viene a mi, y desde esta perspectiva todo me parece tan desgarradoramente insignificante, me parece tan poco todo y tan grande el vacío dentro de mi, me parece que tendría que vivir mil vidas más para saciarme.
 
Entonces la recuerdo, a aquella frágil e inalcanzable ninfa que se convirtió en el objeto de todos mis esfuerzos, recuerdo que con devoción involuntaria le otorgué cada uno de mis pensamientos, que me convertí en altar viviente para albergar su imagen perfeccionada en mis adentros, recuerdo que escale el peñasco de su desidia para conquistar la cima de su amor; y que no hubo luna llena tan bella como la que compartimos abrazados aquella noche de verano, ni dolor tan grande como el que, por su ausencia y rechazo, me crucificó a la soledad tanta noches; también recuerdo, y aseguro, que ni Alejandro Magno disfrutó tanto el triunfo como yo el mío, el de por ella ser amado. Aún siento en mi boca su boca de miel y fresas, aún su voz dispersa mis ideas como el viento a los pétalos, y todavía la calidez de su piel incendia mis sentimientos, sigue en pie el monumento de su sonrisa, y su aroma y su mirada, todavía, derriten mi gallardía. Aquí esta conmigo, la abrazó con apego inconmensurable, la sujeto como la noche al misterio, y ya cerca, se escucha el galope del jinete de fuego, con valentía tomo a mi amada con fuerza entre mis brazos, el jinete levanta su espada, ante lo cual, todo el universo sucumbe resquebrajándose, todo alrededor se funde en un océano y un mar absolutos, efímeros, insustanciales, todo pierde su esencia y solo quedan las paredes poéticas de lo ilusorio, yo, ella y el jinete. Sin embargo no sucumbiré, no renunciaré a ella, no me apartaré de su condena, no quiero perderla, la adoro más que a mi vida, moriré junto a ella si es necesario, en un abrazo sangriento se afirmará la eternidad de nuestro amor, y eso no me arrebatará ni con la muerte el temible jinete. Aquel, ya viene, esta tan cerca que puedo reconocerlo, su nombre es... Verdad.
Volteó a ver por última vez a mi adorada, y aunque ahora parece tener cientos de rostros y nombres, yo se que es ella, acerco su rostro al mío y sus mejillas se mojan con mis lágrimas, levanto la vista y


¡Veo una espada de luz a un dedo de distancia!



...Instantes después.....


Todo silencio, como en el más recóndito de los abismos...... ...
Sólo alcanzo a sentir el dolor de ser despedazado, desecho, de ser recipiente de la fuerza de los cielos, haciéndome añicos. Y en lo que imaginé como mi último aliento, otorgo mi ultimo pensamiento, mi última mirada desesperada, a mi amada, volteo hacia ella para finalizar de honrarla, pero ésta, trágicamente se deshace entre mis brazos como el agua entre los dedos, terriblemente se vuelve nada ante mis ojos, y es, es solo polvo, siempre lo fue, polvo insignificante, en la más grande agonía descubro que todo este tiempo he amado solo polvo...

¿Tragedia o comedia? en el colmo de los absurdos no alcanzo a distinguir; en un instante he perdido mi religión, pues hube adorado con devoción sin medida, a nada más que polvo.
Y así, absurdamente recuerdo, que soy en realidad una pequeña cuenca de agua en la hoja más alta de un árbol olvidado, y soy feliz porque sé que pronto no seré nada...

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